Remedios la bella:
Es hija de Arcadio y Sofía de la Piedad,
y heredó la belleza de su madre. Es la mujer más hermosa del mundo, pero cuatro
hombres encuentran la muerte al intentar violarla; es una persona inocente
durante de su vida. Su olor floral era inconfundible y desesperante; su
presencia trastornaba a los hombres de Macondo, no pertenecientes a la familia
y la plantación bananera. Dicen que tenía algunos poderes extraños ya que todos
los hombres que la querían morían. Una mañana, Remedios asciende en cuerpo y
alma al cielo ante la mirada de Fernanda quien siente envidia y se muestra
disgustada porque se lleva sus sábanas.
"La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de
muerte, estaba entonces sustentada por cuatro hechos irrebatibles. Aunque
algunos hombres ligeros de palabra se complacían en decir que bien valía
sacrificar la vida por una noche de amor con tan conturbadora mujer, la verdad
fue que ninguno hizo esfuerzos por conseguirlo.
Tal vez, no sólo para rendirla sino también para conjurar
sus peligros, habría bastado con un sentimiento tan primitivo, y simple como el
amor, pero eso fue lo único que no se le ocurrió a nadie. Úrsula no volvió a
ocuparse de ella. En otra época, cuando todavía no renunciaba al propósito de salvarla
para el mundo, procuró que se interesara por los asuntos elementales de la
casa. "Los hombres piden más de lo que tú crees", le decía
enigmáticamente. "Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que
sufrir por pequeñeces, además de lo que crees." En el fondo se engañaba a
sí misma tratando de adiestrarla para la felicidad doméstica,, porque estaba
convencida de que, una vez satisfecha la pasión, no había un hombre sobre la
tierra capaz de soportar así fuera por un día una negligencia que estaba más
allá de toda comprensión. El nacimiento del último José Arcadio, y su
inquebrantable voluntad de educarlo para Papa, terminaron por hacerla desistir
de sus preocupaciones por la bisnieta. La abandonó a su suerte, confiando que
tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo donde había de todo
hubiera también un hombre con suficiente cachaza para cargar con ella. Ya desde
mucho antes, Amaranta había renunciado a toda tentativa de convertirla en una
mujer útil. Desde las tardes olvidadas
del costurero, cuando la sobrina apenas se interesaba por darle vuelta a
la manivela de la máquina de coser, llegó a la conclusión simple de que era
boba. "Vamos a tener que rifarte", le decía, perpleja ante su
impermeabilidad a la palabra de los hombres. Más tarde, cuando Úrsula se empeñó
en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara cubierta con una
mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso resultaría tan
provocador, que muy pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para
buscar con paciencia el punto débil de su corazón. Pero cuando vio la forma
insensata en que despreció a un pretendiente que por muchos motivos era más
apetecible que un príncipe, renunció a toda esperanza. Fernanda no hizo
siquiera la tentativa de comprenderla. Cuando vio a Remedios, la bella, vestida
de reina en el carnaval sangriento,
pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las
manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo
único que lamentó fue que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga. A
pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que
Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás,
y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de
todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando
por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños
sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus
hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que
Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las
mujeres de la casa. Apenas había empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios,
la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.
-¿Te sientes mal? -le preguntó.
Remedios, la bella,
que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de
lástima.
-Al contrario -dijo-,
nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo,
cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de
las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor
misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana
para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse.
Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la
naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz,
viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el
deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con
ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del
aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para
siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros
de la memoria."
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